La promesa de la capital, por Joel Guzmán

mayo 11, 2022

En alguna casa de San José de Perijá, en el estado Zulia, una niña disfrutaba pasar el tiempo meciéndose en la hamaca del patio. Esta niña estaba fascinada por las historias familiares que narraban travesías a la capital de Venezuela, en las que los aventureros que emprendían estos viajes regresaban con mucho dinero y relatos fantásticos de una ciudad que daba la sensación de crecer indeteniblemente. En ese entonces, Caracas era para esta niña la promesa de una vida mejor, alejada del calor zuliano y de la sensación de precariedad que envolvía su cotidianidad. 

Sus padres, Antonio y Petrona, migraron desde la costa colombiana hace más de cincuenta años. Atraídos por la prosperidad venezolana de los años setenta decidieron tomar nuevos rumbos y formar una familia en otro país. De esta unión nació Arelis, quien fue la antepenúltima de ocho hermanos, y vivió toda su infancia y adolescencia en el municipio Machiques. 

Arelis siempre soñó con irse a vivir a Caracas; las ganas de cambiar su vida, el deseo de acceder a estudios universitarios, y también la búsqueda por convertirse a sí misma en uno de los aventureros de sus relatos familiares, la empujaron a los 18 años a montarse en un autobús con destino a la capital. Así, llegó con su hijo de un año al barrio 19 de abril en Petare, donde sus padres estaban viviendo desde hacía algún tiempo. Entonces, Arelis se enamoró de Caracas y nunca pensó en regresar. Consiguió trabajo como señora de servicio en casas de familia, logró terminar su bachillerato, obtuvo su título como psicopedagoga, bailó en las discotecas caraqueñas, y conoció a quien sería su primer gran amor y padre de su segunda hija.

Arelis y su esposo habían logrado procurarse cierta estabilidad económica y emocional en Venezuela; gracias a los trabajos de ella como psicopedagoga y cocinera, y de él como jefe de seguridad, podían sostener a sus hijos, e incluso habían tenido la capacidad de comprar un apartamento en El Valle, en Caracas. No fue sino hasta 2016 cuando todo el peso del país se les vino encima, y llegó el punto de quiebre que los llevó a tomar la decisión de irse de Venezuela: Arelis y Luis no conseguían las medicinas para su hija que constantemente padecía de alergias.

Con este escenario marcado por la angustia y por la desesperación, Arelis decidió ponerse en la tarea de sacar sus papeles colombianos. En ese tiempo, le dijeron a Arelis que la capital colombiana era una ciudad de oportunidades, y esto para ella fue una especie de retorno a esas crónicas familiares que narraban una Caracas próspera y boyante. Esa Caracas que fue su objeto de deseo, su sueño. Entonces, Arelis y su esposo hicieron un plan: ella vendría primero con los hijos, él un año más tarde con ahorros, y juntos en Bogotá aprovecharían el dinero guardado y sus talentos en la cocina para montar un restaurante. 

Así lo hicieron, sin embargo la Covid-19 trastocó dramáticamente sus planes. Para Arelis la pandemia significó la pérdida definitiva del proyecto del restaurante, el fallecimiento de Luis (su esposo) y el detrimento de su independencia financiera. Actualmente, Arelis vive en la casa de los padrinos de su hijo mayor, una familia que la ha acogido y ha representado para ella una importante red de apoyo. Pasa los días ayudando en la casa, resolviendo en algún trabajo esporádico que aparece, y fantaseando con las posibilidades que tiene para cambiar sus condiciones actuales. Arelis en algún sentido sigue meciéndose en la hamaca del patio de su casa, deseando un futuro mejor para ella y para sus hijos. 

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