Leorgina y las piedras

junio 07, 2022

Leorgina narra su historia en palabras contundentes, cuenta cómo para ella venir a Colombia
“no era un viaje de vacaciones, sino una salida de emergencia”. Un movimiento migratorio
impulsado a partir de la necesidad cruda y dura del hambre. En el momento más fuerte de la
escases en Venezuela, Leorgina estaba hasta diez kilos por debajo de su peso ideal. Y su hijo
también… en sus palabras: “él estaba casi en el hueso”.

Leorgina es de Caracas y desde hace 4 años vive en Bogotá. Viajó en avión a Táchira, durmió
una noche en una plaza de San Antonio junto con otros migrantes, y luego pasó unos días
como refugiada en un establecimiento de la Cruz Roja en Cúcuta. Después de todo, llegó a
la capital colombiana en autobús, específicamente al barrio Santa Fé, un lugar ubicado en el
centro de Bogotá famoso por ser la gran zona de tolerancia de la ciudad.

Es común que a este lugar lleguen que muchos venezolanos que están en condiciones de
vulnerabilidad. Allí, Leorgina compartió con su familia una habitación de hotel durante un
tiempo, era un espacio pequeño en el que dormían hasta doce personas. Su historia, como
muchas otras, muestran cómo el hecho de migrar puede transformar la vida de una persona
en dimensiones impensadas. Para ella, venir a Colombia fue un movimiento retador en
muchos sentidos, sobre todo porque implicó un proceso muy profundo de redefinición de sí
misma, de probar cosas que nunca había hecho antes, de enfrentarse a una realidad que le era
completamente ajena.

Leorgina fue próspera durante toda su vida: tuvo sus negocios en Venezuela y trabajó sin
perder de vista la importancia de ayudar a otros a surgir, siempre con un espíritu emprendedo
que la empujaba a ella y a los suyos hacia adelante. En Colombia ha mantenido ese impulso,
esa búsqueda por crecer económicamente y brindarle las mejores oportunidades a su hijo, un
adolescente que fantasea con un futuro en europa mientras estudia programación. Sin
embargo, para ella la experiencia migratoria no ha sido sencilla: junto a su hermana estuvo
vendiendo galletas en el sistema de transporte público de Bogotá, esto lo hizo durante casi
dos años; también tuvo algunas experiencias laborales que fueron desagarables, en las que
fue víctima de abusos y humillaciones que no pueden explicarse sin hacer referencia al hecho
de que las sufrío por ser venezolana. Subpagos, malos tratos: todo un espiral de
discriminación que ella achaca a la xenofobia.

El presente de Leorgina tiene otro color y otra textura. Se mueve entre piedras, metales, hilos
y otros materiales. La migración también trajo a su vida, en esta redefinición de sí misma, la
posibilidad de aprender un nuevo oficio, y mediante este avisorar nuevas posibilidades para
su futuro. En Bogotá, Leorgina aprendió a ser orfebre: tiene su propia marca y fabrica
diferentes piezas entre las que resaltan los aretas y los collares. Actualmente da clases en
fundaciones en las que ha podido ayudar a otras migrantes a aprender del oficio, y también a
encontrar un espacio de apoyo donde pueden compartir sus experiencias, ganancias y
frustraciones en este nuevo territorio.

Leorgina definió su partida de Venezuela como que si le hubiesen arrancado algo de adentro.
Sus dos primeros años en Colombia estuvieron llenos de nostalgia, pero a pesar de esto ha
encontrado la fuerza para salir adelante, y labrarse un presente más tranquilo y un futuro más
promisorio. Ella sabe que todavía no es el momento para volver a su país, pero no pierde la
esperanza de que ese momento llegué en algún punto del futuro.

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