Las posibilidades de la migración

agosto 13, 2022

Por JOEL GUZMAN

Elizabeth Flores es una mujer venezolana llena de energía, siempre sonriente y con muchas ganas de prosperar en Colombia. Nació en Ciudad Bolívar y pasó gran parte de su vida allí: estudió en un colegio de monjas, luego se apasionó por la medicina y terminó ejerciendo su carrera en los hospitales y clínicas de su ciudad natal.

Llegó a Colombia en noviembre de 2018, cuando vino por primera vez al país a vacacionar y ver “qué tal era la cosa y si había posibilidades de conseguir trabajo”. Gracias a este primer viaje logró asegurarse su regularidad migratoria, y en Maicao, ciudad que la recibió inicialmente, ejerció la medicina durante un tiempo aproximado de un año. Lamentablemente, esta situación no fue sostenible para ella, y desde entonces ha estado en la lucha burocrática para poder convalidar su título académico y sus prácticas profesionales.

La vida de Eliza en Venezuela estuvo marcada profundamente por el hecho de ser médico. Su rutina, su cotidianidad e incluso los eventos excepcionales estaban marcados por la interacción cercana con sus pacientes, por sus recorridos largos hacia sus lugares de trabajo, y por la precariedad institucional que empañaba todos los esfuerzos por hacer una buena labor. De hecho, su decisión de dejar Venezuela ocurrió luego de un evento en uno de sus trabajos, cuando la violencia y las amenazas tocaron la puerta de la sala de urgencias en la que ella estaba cumpliendo un turno nocturno.

Ahora, Elizabeth vive en Bogotá y trabaja en un call center. Lo hace con el mejor ánimo y con la esperanza de que su convalidación llegará a una buena resolución, y que así podrá ejercer de nuevo la medicina. Pero su experiencia en Colombia también le ha traído nuevas posibilidades que la han llevado a redefinirse más allá del ámbito profesional de su vida. En Colombia conoció a quien sería su primera pareja de su mismo sexo, y quien posteriormente sería su esposa. Conoció al amor de su vida, y pudo sentir la libertad de expresar abiertamente su deseo, y la posibilidad de concebirse a sí misma como alguien capaz de amar y sentir atracción física por otra mujer.

Actualmente, luego de un matrimonio repleto de amigos cercanos y de hechos memorables, Eliza vive con su esposa en un apartamento en el norte de la ciudad. Tienen dos gatos y dos perros a los que les dan mucho afecto, en un contexto en el que comparten mutuamente el amor, las aspiraciones y el cuidado. Elizabeth admite que en Venezuela muy probablemente esto no hubiese pasado, ya que migrar significó la posibilidad distanciarse de la importancia que tienen los juicios que otros realizan sobre su vida. Su historia nos muestra cómo migrar, además de las pérdidas y duelos que supone, puede también representar un hecho transformador en el que se puede florecer.

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