Por Albany Andara Meza | @AlbanyAndara/EFECTO COCUYO
«Nixali, ¿con quién vamos a cruzar?», preguntó Neilis Andrade, de 36 años, a su sobrina.
«Con Dios, la Virgen y los ángeles», respondió la aludida, de 28 años, mientras seguía grabando con la cámara del celular. Ese fue el último mensaje que enviaron a su familia en Maracaibo, al occidente de Venezuela, antes de intentar cruzar Río Bravo, el quinto más grande de Norteamérica y frontera entre México y Estados Unidos, el 18 de julio. Ese vídeo preocupó a sus parientes, porque fue grabado de noche.
Iban sin coyote, porque no podían pagar uno. Pasar Río Bravo a las 9:00 p.m. para llegar a Estados Unidos fue la única manera que encontraron para evadir autoridades migratorias. Pero no consiguieron llegar al otro lado: la peligrosa corriente las arrastró a ambas frente a los ojos de un grupo de migrantes venezolanos que solo pudieron observarlas de reojo, mientras ellos mismos procuraban no ahogarse.
Dos funcionarios de la patrulla fronteriza hallaron los cuerpos de Nixali y Neilis en Eagle Pass, en el condado de Maverick, al sur de Texas, la tarde del 19 de julio. Los familiares en Zulia se enteraron de la muerte de las dos mujeres casi dos semanas después. Durante 12 días consecutivos llamaron a morgues en México y especularon sobre sus destinos.
«Un amigo que iba con ella nos contactó por Facebook. Y nos dijo que se las había llevado el río, que no sabía más. Entonces llamamos a un número de una morgue en Estados Unidos, en Texas. Ahí estaban», cuenta Neida Andrade, hermana de Neilis, desde Maracaibo. Ahora los parientes intentan cremar a ambas mujeres y repatriar sus cenizas, pero no tienen los 4 mil dólares que cuesta hacerlo por lo que piden ayuda al Estado venezolano y a organizaciones no gubernamentales.
La de Neilis y Nixali es una historia que se repite en muchos de los casos de migrantes provenientes de Venezuela: luego de una experiencia fallida en países latinoamericanos, toman como última salida el estado de la estrella solitaria, que es como también se le conoce al territorio texano. Van en busca de la calidad de vida que no hallaron al sur del continente. Lo que popularmente llaman El sueño americano.
Un salto en dos países
En Venezuela, la crisis humanitaria compleja ha causado que 6.133.473 de personas migraran de la nación hasta la fecha, según datos de la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes, conocida como RV4.
En 2018, Neilis y Nixali vivían en Caja Seca, en el municipio Sucre. Una ciudad poblada al sur del Lago de Maracaibo, en el estado petrolero del Zulia. Ambas se graduaron de Agronomía en el Instituto Universitario de Tecnologia de Maracaibo (IUTM). Sin embargo, la crisis económica y las pocas ofertas laborales atractivas en su área las desanimaron.
Finalmente, de su pequeño núcleo familiar de nueve personas, varios decidieron emigrar. El hermano de Nixali, Nixon, se fue a Perú. La prima Narvelis Solarte se estableció en Medellín, Colombia. Las Andrade tomaron un par de maletas y viajaron hasta Lima, 3 mil 807 kilómetros por tierra, indocumentadas. Atrás quedó otro hogar fragmentado por la diáspora.
En la capital peruana, Nixali encontró trabajo en un pequeño restaurante. Neilis se empleó como ama de llaves de una persona que conoció en el sur limeño. Un par de años después, sin haber hallado estabilidad en Perú, Nixali recorrió 3 mil 286 kilómetros de la Panamericana Norte hasta Santiago de Chile, con pocos ahorros.
No obstante, la presión de las autoridades migratorias chilenas y la dificultad para trabajar, debido a la falta de documentos legales, la hicieron desistir de quedarse en Santiago. Tras indagar en redes sociales a principios de 2022, tuvo una idea: llegar a Estados Unidos cruzando el Tapón de Darién. El país de América del Norte le resultaba el sitio donde podía empezar de cero otra vez, luego de leer decenas de testimonios de venezolanos que lograron ingresar a Texas.
También estaba inquieta por cumplirle una promesa a su mamá: comprarle una casa propia. Durante su estancia en Zulia, aquello había sido solo una ilusión vana. Ambas vivían en hogares de otros, nunca en uno suyo. Esperaba poder reunir el dinero en alguna ciudad estadounidense, para enviarlo a Aida Luz Chaverra, que rezaba por ella todas las noches desde Venezuela.
Ingresó entonces a un grupo de WhatsApp de venezolanos, donde había tres hombres y una mujer con un niño de 10 años y coordinó con ellos para poder viajar a la selva, ubicada entre Colombia y Panamá.
Llamó a su tía Neilis, que se había quedado en Lima, y ambas viajaron hasta Medellín, desde donde pagaron para llegar a Necoclí, un municipio de Antioquía, ubicado al norte colombiano. Donde empieza la ruta del Darién, que los caminantes tildan de infierno.
El cruce en Darién
Apenas salieron de Darién, Nixali llamó a Neida, su tía en Maracaibo, y le contó que casi pierde un brazo subiendo un cerro dentro de la selva. Describió los rostros aterrorizados y resignados de hombres y mujeres que habían dejado atrás, que no resistieron el trayecto. Al menos cuatro días les tomó a las dos venezolanas atravesar la jungla hasta llegar a Panamá deshidratadas, con los pies hinchados y los ojos llorosos.
«Ella me dijo que no le deseaba eso a nadie. Que si podía decirle a los venezolanos que por el Darién no es, que lo iba a hacer», contó a Efecto Cocuyo Narvelis Solarte, prima de Nixali, desde Medellín, Colombia.
El Darién comprende un aproximado de 130 kilómetros de selva tupida y verde, capaz de tragarse entero a cualquiera que se debilite en el camino. Es ahora una tumba húmeda para miles de migrantes de países con graves situaciones económicas. El Servicio Nacional de Migración de Panamá aseguró que para julio se registró el paso de 16 mil 864 venezolanos por la ruta.
Luego de Panamá, Nixali y Neilis atravesaron Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala hasta llegar a México a mediados del mes pasado. Estaban agotadas, pero se grababan cada vez que podían. Por ello, la familia Andrade se alarmó cuando no recibieron ningún otro vídeo después de la medianoche del 19 de julio.
«Pensamos que se habían podido recuperar o que migración de México se las había llevado. Las autoridades en Estados Unidos nos informaron que las habían encontrado», explicó Neida Andrade a Efecto Cocuyo.
Algo a lo que llorarle
«Necesitamos una institución o una fundación que nos ayude con la cremación», clama Andrade, quien trabaja en casa de familias en Zulia.
Reiteró que, sin apoyo gubernamental o de organizaciones, no pueden costear los 4 mil dólares que se requieren para trasladar las cenizas de Estados Unidos a Colombia, donde las espera Narvelis Solarte para llevarlas hasta Maracaibo.
«Necesitamos tener algo a lo que llorarle. Es muy frustrante. Su mamá está traumatizada, dice que su hija la llama en sueños y le dice que la saque de ese hueco. Su papá es uno de los más afectados. El dolor es doble porque Neilis era su hermana», puntualizó Solarte.
Hasta ahora, solo pudieron dejar un mensaje a la morgue en Texas para pedirles que mantengan los cuerpos durante algunos días más, mientras encuentran la ayuda necesaria para encargarse de ellos.
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